jueves, 17 de julio de 2008

Excelencia en el Servicio a Dios (Segunda Parte)

¿Conocerá la suerte de la levadura que se ha endurecido y se desecha, la de la sal que ya no sala? ¿Junto con otras denominaciones, se verá abocada a ser, un vestigio de una etapa ya pasada? Debemos esforzamos por alcanzar la excelencia en todo, si no sale bien, mejor no lo hagamos. La Iglesia siempre será un reflejo de sus hijos. Y, si es mediocre, es porque sus hijos somos mediocres.

La mediocridad de los ambientes cristianos es demasiado general como para atribuirla únicamente a las deficiencias individuales o al “espíritu del mundo moderno”. Hay que preguntarse: ¿cómo es posible que la Iglesia haya podido decaer hasta este punto en su obra espiritual respecto de sus miembros siendo la organización que más cerca de ellos ha estado durante años?

Es verdad que hay que reconocer en la Iglesia, un importante grado de moralidad que ha logrado mantener en sus fieles gracias a un puritanismo que, desde hace mucho, se ha considerado el signo por excelencia de la vida cristiana cabal, pero ¿es eso verdaderamente suficiente?; lograr esa moralidad ¿es el papel principal que ha de cumplir la Iglesia en el Mundo de hoy?

La Iglesia Metodista, en lugar de encerrarse en la estricta conservación de su tradición (conservación por lo demás ilusoria), que pueda representar sólo una especie de momificación, apreciaríamos que se viera conducida a medirse con la tarea inmensa que el Mundo Moderno le plantea, para poder participar activamente en el devenir de los hombres.

A continuación se presentan algunas propuestas respecto a cómo podemos iniciar un proceso de excelencia en nuestra Iglesia:

Reconocer de nuestras debilidades: Es importante saber reconocer cuando las cosas no se están haciendo bien. Es impresionante como muchas personas creen estar haciendo las cosas bien, cuando en realidad muchos piensan lo contrario. No debemos ni sentirnos atacados, ni justificar algo que pareciera de nuestra exclusiva responsabilidad.

Capacitación a nuestros miembros
: Sin capacitación, las personas no podrán realizar bien su trabajo. Necesitamos que se nos diga cómo se hace algo, para poder hacerlo bien. Necesitamos ser enseñados. El ir a cursos de capacitación no nos alejará de Dios, el saber más no debe afectar nuestra relación con Dios, pero muchas personas creen que el ir y recibir clases o capacitaciones hará que la gente se enorgullezca y presuma de lo que sabe.

Innovación Eclesial: La monotonía es una de las armas más poderosas contra las Iglesias.

Reconocimiento del cuando es tiempo que otro haga mi trabajo: Para todo hay tiempo, pero los líderes o personas que están en puestos de mando se olvidan de este verso. Debemos saber cuándo es tiempo de que otro haga mi trabajo. Si hay alguien más capacitado, con mayor conocimiento y con la visión de la Iglesia bien cimentada, adelante. Como nos gusta lo que hacemos… deberemos estar felices de saber que hay alguien que está haciendo bien el trabajo.


Presentamos a nuestros lectores, unas líneas de una reflexión de un hermano de otra Iglesia, que vive una realidad similar a la nuestra:

“Me pone triste vivir en una Iglesia en la que el miedo, agazapado y escondido, se asoma a la palestra con burdas justificaciones de su castrante presencia.
Me resisto a creer en una Iglesia en la que, por miedo, hay veces que se miente y se calla la verdad. Que se haga en otras instancias, es triste, pero no hiere tanto.
Hay mucho miedo cómplice que entorpece la labor profética al interior de la propia Iglesia:
miedo a disentir, incluso en cosas pequeñas; miedo a los “delatores” y “censores”, que los hay y en abundante cosecha últimamente.
Miedo al ataque con argumentos sin fundamento, que son los que usan los necios.
Miedo a que no te den tu paga, que te quiten las que ya tienes o que te manden al ostracismo borrando tu nombre de la mesa de invitados, esa mesa en la que se cuece el futuro de las personas.

¡Pobres gentes!
Al miedo lo llaman ahora prudencia y mesura.
Cuando anida en el interior de los cristianos produce efectos pésimos.
El miedo petrifica las ideas y tiene profundo olor a naftalina.
He visto a gentes llorar amargamente porque el miedo a mostrar como son y a decir lo que piensan los tiene estupefactos y temen perder lo que tanto sudor les costó.
“El miedo es natural en el prudente, y el vencerlo es lo valiente”, decía Alonso de Ercilla.
¡No tengáis miedo!, gritó Juan Pablo II, ni en medio del mundo, pero tampoco en la Iglesia, un recinto para ensayar la valentía.
Cuando hay miedo es que faltan muchas cosas en la vida eclesial: confianza,
empatía, cordialidad, frescura, amistad, verdad, perdón, corrección fraterna.
El miedo no es exclusivo ni del clérigo ni del seglar. Es libre y universal”.

Leer Más...

viernes, 11 de julio de 2008

Excelencia en el Servicio a Dios (Primera Parte)

Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
Colosenses 3:23.


En virtud de algunas inquietudes que nos han llegado al correo hmetodista@gmail.com y de algunas reflexiones del Boletín Vida y Misión Nacional, hemos escrito este artículo, mencionando en primer lugar algunos aspectos ya expuestos en artículos anteriores, respecto a la iniciativa de este sitio:
1. Tenemos la convicción absoluta de que la Iglesia es del Señor, independiente de cuan eficientes o negligentes hayamos sido hasta ahora. La Iglesia es del Señor y nosotros los obreros llamados a trabajar en su obra.
2. Los participantes de esta iniciativa somos miembros activos de nuestra Iglesia. El ver con tristeza el estado actual de muchas congregaciones, nos hace trabajar con más ahínco, tanto en el ámbito local como en otros estamentos de la IMECH. Esta iniciativa nace sólo después de haber intentado de variadas maneras (en el ámbito reglamentario), aportar en mejoras en cuanto a nuestra situación actual. Sería mucho más cómodo haber quedado sólo hasta el ámbito formal, sin embargo consideramos más honesto agotar los caminos para ayudar a reorientar el rumbo de la Iglesia Metodista, aún cuando entendemos que hay algunos de nuestros hermanos que no puedan compartir esta iniciativa y particularmente el anonimato de la misma.
3. Este sitio no representa la visión sólo de laicos, sino que también es compartida y alimentada por pastores de nuestra Iglesia. La Iglesia como un todo debe ser capaz de superar la crisis actual, no teniendo temor de ver nuestras debilidades e intentar superarlas.
4. Como miembros Metodistas, tenemos una rica herencia histórica, habiendo sido precedidos por siervos realmente entregados a la causa del Señor, sin embargo, algunas de las generaciones más contemporáneas, como particularmente la actual Administración de la IMECH, creemos que han desviado el rumbo, lo que nos da algunas muestras de una clara falta de excelencia en el Servicio a Dios.

Respecto a este último punto, es necesario considerar como esta falta de excelencia, está afectando a algunas Iglesias Cristianas, y en especial a la nuestra. Muchas veces creemos que como las cosas son para Dios “que salga como sea”. Lo peor es que muchos líderes saben que las cosas no están saliendo bien y aun así dejan que continúe. Esta cultura no puede ser erradicada si tenemos líderes que permiten esas actitudes. Por ejemplo, ya es parte de nuestra idiosincracia la idea de: “como así se ha hecho siempre…” o “nadie me ha dicho como hacerlo…”.


Al reflexionar en torno a esto, se nos viene a la mente casi de manera inmediata, el concepto de mediocridad, una palabra tal vez fuerte para algunos y eliminada de nuestros vocabularios eclesiales para otros. El Diccionario de la Real Academia Española, la define como “De calidad media. De poco mérito, tirando a malo”.


¿Cree usted que Jesucristo en su afán de leer las escrituras, o de prepararse para su ministerio, o de orar, no daba importancia a su trabajo de carpintero, o lo subestimaba, y por tanto sus mesas eran cojas, sus muebles llenos de astillas y en general que su carpintería era mediocre? ¿Cree usted que Jesucristo nos enseñó a ser cristianos de palabras, a "predicar" de boca para afuera un evangelio memorizado pero poco vivido, a considerar que mientras asistamos a la iglesia, prediquemos, oremos y leamos nuestra Biblia, no importa si somos estudiantes mediocres, si seguimos siendo incumplidos, deshonestos, irresponsables e ineficientes para dar una vida digna a nuestra familia y sociedad?

¿De dónde salió ese evangelio unidimensional, totalmente preocupado con el “más allá”, con una vida en extremo piadosa y de contemplación, que degenera fácilmente en pasividad, mediocridad, y sin autoría, con una complicidad con las peores injusticias, las peores matanzas, y la pobreza más extrema? Es muy necesario que se evangelice, que se predique y se proclame con palabras el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, pero si esto no está acompañado de un verdadero cambio en nuestra vida, de una transformación radical de nuestras acciones, de nuestros pensamientos y objetivos, de la búsqueda del carácter cristiano en nuestras vidas, entonces seremos sólo oidores, pero no hacedores de la palabra. Esta decadencia espiritual ¿no será debido a que la doctrina y el culto, que la Autoridad ha mantenido rigurosamente en nuestra época, están más marcados por preocupaciones administrativas, estructurales, legales y jurídicas que por la preocupación de favorecer entre los fieles la actividad personal al nivel de la fe, la fidelidad y de sanar a los enfermos de nuestra sociedad?

La Autoridad, completamente absorbida por la acción de gobernar que centraliza y uniformiza, conoce la tentación —y a veces sucumbe en ella— de confundir la permanencia y la estabilidad con la inmovilidad. Por eso, en lugar de favorecer su propia actividad creadora, que le sería necesaria para cumplir su misión, apunta principalmente a conservar preservando, a mantener defendiendo, a no cambiar e incluso endurecer sus maneras de ser y de comportarse frente al mundo moderno. La Iglesia, por lo menos en su aspecto visible y social, está perdiendo continuamente fieles que se van sintiendo extraños en ella y en sus congregaciones. Si la Iglesia, para ser fiel al espíritu de Aquel del que ha heredado, no llama a la actividad espiritual y no la favorece —única actividad que puede dar el sentido necesario descenderá ineludiblemente por las vías de la desaparición que en algunas congregaciones a veces se presiente. Por tanto, escandalizarse de una visión real de nuestra Iglesia, además de un gran fariseísmo, indica una gran falta de amor, porque no se intenta mejorar de verdad aquello que se ama.

Consagrémonos a una vida cristiana total e integral y que nuestra santificación no sólo resulte en un mejoramiento individual o del grupo social más próximo, sino también en el surgimiento de una Iglesia y un mundo mejor que merezca ser llamado “herencia” para nuestros hijos.

Leer Más...