jueves, 30 de octubre de 2008

31 de Octubre: Más allá de un color rojo en el calendario

¿Qué hay de ese 31 de octubre de 1517, con el 31 de octubre que vivimos hoy? ¿Cuántos estamos luchando verdaderamente por un Cristianismo genuino, capaz de reformar y transformar a nuestra sociedad? ¿Somos responsables y capaces de decir algo frente a este Mundo? ¿Qué hay de la imagen de Lutero en el contexto de hoy?

Como nunca, los evangélicos hemos estado en el primer plano de los medios de comunicación. Declarar festivo el 31 de octubre, ha sido una real celebración en todos los grupos protestantes, particularmente, en aquellos que han sido testigos de la lucha, la defensa y férrea esperanza en la fe.

De la misma manera como éste ha sido el tema central de conversación en muchos espacios, también ha sido un foco de discusión que el 31 de octubre haya sido declarado feriado. Para algunos, esto era algo más que exagerado e innecesario. Para otros, solamente una señal política con el fin de obtener más votos en pro de mantener el gobierno de turno. Y hay otros, grupo no menor, que cree firmemente que este 31 es la respuesta justa ante tanto sacrificio que muchos de los antepasados, líderes y modelos abnegados entregaron por amor al Evangelio.

Independientemente de muchas opiniones que podamos escuchar, lo importante y definitivamente relevante es por qué nos declaramos evangélicos y por qué tenemos nuestra mira sólo en lo Alto y en Cristo. Sin lugar a dudas, que el decreto del año 2005 en manos del ex Presidente Ricardo Lagos, nunca dimensionaría 10 que en tres ciclos después se iba a lograr. Ya el reconocimiento hacia la labor de las Iglesias Evangélicas, mediante la declaración del 31 de octubre como el Día de las Iglesias Evangélicas y Protestantes, era un gran logro. Y, ahora aún más, al tener este reconocimiento masivo y público de la fe evangélica, hecho tangible mediante un festivo en el país.


Pero el análisis debe darse mucho más allá. Lo importante es poder reflexionar en qué significa ser un buen cristiano y qué implica declarar que profesamos la iglesia evangélica. Más allá de tener un feriado, es poder entender responsablemente qué significa decir "soy evangélico". Estoy segura, que muchos de quienes leen estas líneas, no tienen la convicción o el conocimiento de lo que sucedió un 31 de octubre de 1517: Martín Lutero, un monje, fue capaz de desafiar el sistema imperante que promovía la Iglesia Oficial. El paso de Lutero al clavar las 95 tesis (propuestas desafiante s al modelo vigente), daría pie a lo que conocemos como Reforma Protestante. Pero, al contrario de lo que muchos piensan, Lutero no quería lograr una gran reforma. Lo que su corazón anhelaba era volver a los orígenes, a los propios cimientos del Cristianismo. Esto, porque el contexto estaba distorsionado y no calzaba con los principios que regían en la Biblia.

Entonces. ¿qué hay de ese 31 de octubre de 1517, con el 31 de octubre que vivimos hoy? ¿Cuántos estamos luchando verdaderamente por un cristianismo genuino, capaz de reformar y transformar a nuestra sociedad? ¿Somos responsables y capaces de decir algo frente a este Mundo? ¿Qué hay de la imagen de Lutero en el contexto de hoy?.
Este festivo a nivel social tiene una gran carga significativa, al entender que es el propio contexto chileno mediante sus autoridades, que nos ha traspasado la misión de seguir afectando a todo el entorno en el que estamos insertos. De nosotros depende, que las futuras generaciones, sigan valorando el rol responsable de lo que significa ser Cristiano en la Sociedad de hoy. La palabra de Dios dice que la “Creación gime por la manifestación de los hijos de Dios”. Tanto tú como yo, somos esos hijos e hijas del Creador y si nosotros no somos capaces de influir y transformar el contexto actual, el futuro no será muy próspero.

Lo que hicieron nuestros mártires y líderes cristianos, es digno de imitar. Que nosotros gocemos viendo el reconocimiento en los medios de comunicación, significó un alto precio de hombres y mujeres del ayer. Aportemos para el mañana de nuestros hijos e hijas. De nosotros depende que una futura generación de cristianos sea posible.
Si bien para muchos de los chilenos y chilenas, será un color rojo más en el calendario (que se suma ya al 1 de noviembre), quienes concebimos a Jesús como nuestro Maestro y nos declaramos evangélicos, el simbo1ismo es potente. La señal es que la lucha por el ideal genuino de la fe en Cristo, tiene su recompensa. Sigamos adelante para perpetuar este valor en nuestra sociedad.

Alejandra Riveros
Revista La Vitrina (Nº 195 Año 2008)

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martes, 14 de octubre de 2008

Tiempo de Orar y tiempo de Marchar

Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco. Exodo 14:15-16.

El pueblo se encontraba en un momento difícil en el que Dios quería manifestar Su poder. Llegó el momento preciso en que se abrió el paso en el Mar Rojo, para sacarlos a salvo. Moisés y el pueblo tuvieron que dar pasos de fe para ver la manifestación de Dios. Moisés se encontraba en profunda oración y clamor; sabía y conocía que sin oración y clamor no hay inspiración, no hay poder. El sabía además que la oración es la que mueve las manos de Dios y cambia las cosas para nuestro bien. Pero de pronto recibe una orden de parte de Dios: "Di a los hijos de Israel que marchen". Es cuando Moisés comprende que hay tiempo de orar y tiempo para actuar. Si solo hubiesen orado sin dar pasos de fe y obediencia, no hubieran visto abrirse el mar, ni a sus enemigos perecer.

En nuestra inmadurez espiritual, podemos cometer dos errores: Por un lado, salir apresuradamente sin buscar la dirección de Dios en oración ferviente, solo pasarlo en oración y ayuno, sin dar pasos de obediencia y fe. La oración es la fuente de todo poder y riqueza espiritual; sin ella el cristiano perece; sin ella no veremos la gloria de Dios; pero la oración debe ir acompañada de obediencia y acción como evidencia de fe.

Este ejemplo y muchos más que podríamos mencionar, nos enseñan este principio: Hay tiempo de orar y tiempo de actuar. Si queremos tener el gozo de salvar almas, tenemos que interceder por ellas en oración y ayuno; pero hay que salir a testificarles, proveerles literatura, visitarles, etc. Si queremos ser sanados, debemos orar, pero también confesar sanidad y dar pasos de fe haciendo lo que no podíamos hacer. Si queremos empleo tenemos que orar; pero luego salir y tocar puertas y buscar el empleo. Si queremos un avivamiento en nuestra Iglesia Metodista, debemos …

Tenemos que ser muy sensibles al Espíritu Santo, para discernir el tiempo de estar quietos en oración y el tiempo de marchar. De esto depende que podamos ver la manifestación de la gloria de Dios en nuestra vida y ministerio.


Cuando Moisés tomó la vara y golpeó las aguas, y los israelitas pusieron sus pies en el fondo del mar en seco, vieron las aguas como muro a su derecha y a su izquierda. Este poderoso capítulo catorce de Exodo, termina con: "Así salvó Jehová aquel día a Israel..." v. 30-31.

Ahora el temor reverente, la adoración, y contemplación llenaban el corazón de Moisés y del pueblo; maravillados de tener un Dios tan fiel y misericordioso.

Cuando damos pasos de fe, guiados por el Señor, nos sucede algo igual. Hay momentos en los que estamos extasiados en oración y gratitud al ver manifestarse Su poder en nuestras vidas. Dios quiere glorificarse en hombres y mujeres de oración, que den pasos de obediencia y fe bajo Su dirección.

Para orar necesitamos método, orden, disciplina, pero también flexibilidad, porque el Espíritu Santo puede soplar en el momento menos pensado. La gente se estanca en la oración por falta de método. El que ora de cualquier manera llega a ser cualquier cosa.

Oración y acción son una pareja que no deberíamos divorciar, para que nuestras oraciones sirvan de algo y para que nuestras acciones conduzcan a algo. En efecto, actuar sin orar es desgastarse y orar sin actuar es engañarse.

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miércoles, 1 de octubre de 2008

Oración sin Acción, ¿Sirve de algo?

La pregunta es capciosa, no hay duda, pero válida si tenemos en cuenta que vivimos en una época donde impera lo funcional y pragmático. Hoy no hay tiempo para lo incierto e intangible. El misterio de lo divino ha sido ocultado por nuestro racionalismo funcional. Estas son inquietudes honestas que surgen, sobre todo, al ver la realidad abrumadora de nuestro mundo y la situación actual de nuestra Iglesia. El hambre, la pobreza, la corrupción, la violencia y la exclusión social, entre otros males, nos desesperan y nos conducen a buscar soluciones prácticas, en las que a la oración no se le concede lugar alguno.

En nuestro ámbito eclesial habitualmente ocupamos la oración como respuesta a muchas cosas, sin embargo ¿lo estamos haciendo en la completitud que este medio de gracia conlleva?. Un grado no menor de escepticismo se percibe en muchas ocasiones entre cristianos que trabajan a favor de la transformación humana y del bienestar integral de los demás. Un escepticismo que, en algunos casos, transforma la fe en activismo y la esperanza en mesianismo humano.


La vida y las enseñanzas de Jesús nos recuerdan la centralidad de la oración. Para él, la oración era la forma de mantenerse en contacto permanente con el Padre, de someterse al escrutinio de Su voluntad y de recibir la inspiración para continuar anunciando y haciendo presente la realidad del Reino de Dios y su justicia. Jesús oraba en privado, lo hacía en público y muchas veces se unía a sus discípulos para practicar la oración comunitaria. Siempre se cuidó de no caer en los riesgos de la oración ritualista, carente de sentido y de acción, como era la de los religiosos de su tiempo. A los fariseos les recordó que sus largas oraciones no servían para nada; eran solamente una excusa más de su religiosidad carente de justicia y de misericordia para con el prójimo.


Pero, ¿sirve de algo?. No sirve de nada cuando se desliga del compromiso cotidiano con la causa del Reino de Dios y cuando se divorcia de la vida y de la Historia. No es cristiana la devoción que se separa de la ética. Emmanuel Kant, un célebre filósofo alemán, señalaba que el ser humano se dispensaba, orando, de actuar moralmente. Por eso para él, la oración era, literalmente, mera tontería.


La oración de nada sirve, seamos sinceros, cuando paraliza las acciones y justifica la falta de compromisos. De nada sirve cuando aliena la existencia y sirve como excusa a la injusticia. A eso se refería Jesús cuando dijo: “!Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, porque les quitan sus casas a las viudas y para disimularlo hacen largas oraciones...” (Mateo 23:14). Sus oraciones, aunque largas y elocuentes, no eran más que palabrerías mal intencionadas para ocultar el despojo. De ahí la dureza con que Jesús las condenó.


Realmente sirve de mucho, y resulta crucial, cuando va unida a la acción y cuando se integra en la totalidad de nuestra vida cristiana; cuando es súplica sincera que busca conocer la voluntad del Padre y cuando conduce al compromiso efectivo con esa voluntad revelada. Jesús oraba: “... pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mateo 26:39).


De ahí que debamos resaltar la dupla oración-acción; para que nuestras oraciones no se queden en la retórica litúrgica sino que conduzcan al cumplimiento de la voluntad de Dios en el mundo, pero también, para que nuestras acciones, por más esforzadas y nobles que sean, no se conviertan en activismo instrascendente, donde Dios quede ausente y eliminemos así la posibilidad del sentido de nuestro compromiso como cristianos. Orar y no actuar es tan errado como actuar sin orar.

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